lunes, 2 de julio de 2012

1º clasificado en el concurso de relatos I Descenso del Kadagua



Los tres mejores clasificados han sido Josu Montalbán, Emilio Duque y Jabi Bilbao, respectivamente. Hoy publicamos el relato del 1º clasificado, Josu Montalbán. Los iremos publicando al ritmo de un relato por semana. Desde aquí queremos dar las gracias a todos los participantes por hacer realidad este concurso. Eskerrik asko! 



¡Esperamos que os gusten!


¿CLAUDIA?

Creo que llegué el último. Digo llegué, como si hubiera ido solo, pero en mi piragua también iba Claudia. Digo el último solo porque no sé de ninguna piragua que descendiera tras la mía. (Mejor decir ya la nuestra, ahora que sabéis que Claudia iba conmigo). Y digo que creo porque no tengo ninguna constancia escrita de que así fuera.

 Cuando llegué bajo la última pancarta que atravesaba el río en Aranguren, solo vi a dos muchachos que estaban desmontando el armazón bajo el que había estado ubicada la mesa del control.

Claudia tuvo la culpa. No solo porque no manejara los remos con destreza, sino porque en ningún momento quiso competir.

- Hola –me dijo cuando me llamó por teléfono desde Barcelona.
- ¡Qué sorpresa! – respondí.
- He visto en Internet que hay una regata por el río que tu y yo conocemos tan bien… Quiero participar.
- ¡Vale! Te inscribo yo si quieres…
- ¿Te sigue gustando el río tanto como entonces?
- ¡Sí, ya sabes que lo bueno y bonito nunca se olvida! – respondí.
- Pues haremos la regata juntos…
- ¡Cómo dices?
- ¡Sí, juntos! Iremos en la misma piragua…

Y el teléfono comenzó un pitido que anunciaba que la comunicación se había cortado.

No estaba nada mal Claudia. Ni la edad ni el neopreno de aquel instante le habían suavizado sus formas redondas, completas. Su tajante anatomía brillaba bajo el sol matutino en Bolunburu, mientras la piragua marcaba los primeros surcos sobre la mansedumbre del agua.

Ya se divisaban los muros del puente de Ibarra entre las ramas de los árboles cuando Claudia apuntó hacia uno de los lados.

- Me gustaba cuando te tirabas desde la rama de ese aliso… Como si fueras una anguila salías después a la superficie.

El aliso aún está presente allí donde estuvo la Presa de Longar, adonde acudíamos a bañarnos cuando éramos adolescentes.

- Tenías un bañador de lunares entonces – la grité pensando que la corriente del río no la dejara escuchar.
- De lunares morados – puntualizó ella.

Nos habían adelantado muchas piraguas. Veíamos las espaldas que se contorsionaban, y los remos girando como aspas de molino.

Ella no sabía que al final de la calzada romana estaba la Campa de San Pedro, y se extrañó al verla.

- ¿Te acuerdas de que fue en la fiesta de Zariquete la primera vez que bailamos juntos?
- ¡No! – le dije, aunque lo recordaba muy bien

El viento movía las hojas de los chopos que brillaban como lentejuelas.

- No sabías dar besos,… Apretabas los labios como un bruto…
- Siempre fui muy miedoso.

En el Charco volvió a sorprenderme. Allí, al lado de mi casa natal, el río me había servido para todo: en él me había divertido, en sus orillas había aprendido a fumar a escondidas, a hurgar sexos a escondidas, a soñar a escondidas. De demasiado niño allí me había aseado, entre los arbustos tupidos.

- Te vi desnudo,… completamente desnudo,… cubierto de jabón.
- ¿Te gusté? – pregunté.
- ¡Siempre me gustaste!

Poco antes de bordear Ojibar se agarró a unas ramas bajas y detuvo la piragua. Por encima sobresalía un borde festoneado de hierbas altas.

- La Campa de Loredo, -dijo-, te gustaba hacer exhibiciones lanzándote desde ella.
- Lo hacía porque estabas tú mirándome, - la insinué.
- ¿Sí? – preguntó al tiempo que soltaba las ramas que tenía asidas.

Y ya todo fue admirarla. Ella no remaba. Me tendió uno de los remos y me pidió que le tocara. Pasé la mano sobre la superficie húmeda.

- Me gustaban tus caricias…- dijo con los ojos clavados en lo más alto.

Los márgenes del río estaban llenos de fertilidad. La Naturaleza se reflejaba en las aguas como si el Cadagua fuera un espejo. El rostro de Claudia me miraba desde el fondo del río. En la superficie ondeaban sus negros cabellos largos.

Al final, más allá de la meta, las chimeneas de la Papelera humeaban su júbilo tierno.

Claudia me miró y vio que yo la miraba.

- ¡Está a punto de sonar el cuerno de las dos! – me dijo mientras me besaba.


Josu Montalbán

2 comentarios:

  1. Un relato muy bonito así como la iniciativa que también es muy interesante. Gracias por trabajar por el pueblo y sobre todo por hacerlo con gusto y con clase. GRACIAS

    ResponderEliminar
  2. Se me olvidaba comentar que si que echo en falta más comunicación a través de tablones. En internet os movéis mucho pero la gente que no está en esta onda no se entera de estas cosas. Si que sería bueno que intentarais trasladar todo lo que ponéis en internet también en los tablones. Mucha gente no sabe nada de vuestro movimiento y es interesante que se conozca. GRACIAS DE NUEVO

    ResponderEliminar